¿Cómo puede cambiar el mundo el optimismo?

El presente pinta negro. Rara es la vez que no escuchamos en las noticias algo relacionado con el cambio climático, la sequía, el deshielo de los polos, especies en peligro extinción, guerras, contaminación… Son tiempos difíciles en los que necesitamos optimismo para cambiar el mundo.

Porque el optimismo no es la creencia de que todo irá bien, sino la confianza en que daremos con la salida de cualquier problema.

Una actitud positiva ante la vida nos permite encontrar soluciones a las situaciones adversas que vivimos, es decir, el optimista entra al fondo del problema pensando que lo va a poder solucionar, aunque todavía no sepa cómo ni haya perspectivas de que sea así.

Es decir, el optimista no se rinde cuando algo no sale bien, piensa que el fracaso es un éxito que todavía no ha llegado.

Pero, ¿a qué se debe?

Quizás a que las personas optimistas suelen ser más persistentes a la hora de perseguir un objetivo y, por tanto, tienen más probabilidades de éxito que las pesimistas.

La resiliencia, otro aspecto del optimismo.

El diccionario define resiliencia como la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas como la muerte de un ser querido, un accidente, etc.

En happiens añadiríamos que, además de la capacidad para afrontar y superar situaciones adversas, la resiliencia implica un crecimiento, es decir, que la persona sale fortalecida de la situación.

Ya lo decía Nelson Mandela, “yo nunca pierdo; o gano o aprendo”, las personas resilientes no solo consiguen salir mejor de las situaciones difíciles, sino que además ponen en valor el aprendizaje de las malas experiencias.

Por tanto, la resiliencia y el optimismo son capacidades que nos permiten adaptarnos mejor a las diferentes situaciones que vivimos a lo largo de la vida. Podemos afirmar que existe una relación significativa positiva entre estas habilidades y la felicidad, ya que cuánta más resiliencia, más optimismo y más felicidad.

Y, ¿el optimismo se puede aprender?

Optimista se nace, se hace y, sobre todo, se aprende.

Se dice que aproximadamente el 30% del optimismo se debe a la carga genética, ¿y el resto?

Sencillo: el resto se aprende desde la infancia, durante el desarrollo de la personalidad, aunque se puede seguir aprendiendo y ejercitando el resto de la vida.

Así pues, para aprender a ser optimista es necesario ejercitar nuestra mente en la dirección adecuada, porque el optimismo, según el diccionario, es la propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable.

Ser optimista no es reír o estar alegre todo el tiempo. Es decir, el optimismo no es exactamente la creencia de que todo va a salir bien, sino la actitud proactiva en la que la persona confía en que es capaz de resolver los problemas que se le van presentando. El optimismo sano es un optimismo realista ligado a la acción y la consecución de metas.

De esta manera, el optimismo proactivo puede cambiar el mundo a mejor. Para ello:

1.     Asume tu responsabilidad.

2.     Mantén la calma.

3.     Minimiza los pensamientos negativos.

4.     Entiende la situación.

5.     Actúa en función de lo que quieres que pase y no de lo que sucede.

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